(La ilusión posible )
(La ilusión posible )


Así de irónica es la vida. Ya lo decía yo en alguna ocasión: "lo que das, recibes". La reciente polémica encendida en Francia y otros países de expulsar a la población gitana deportándolos a sus países de origen en el Este europeo, ya tiene otra contestación más. La comunidad gitana en España están promoviendo una ley local para expulsar a los franceses de Andalucía. Dudo mucho que prospere, a no ser que aprovechen algún resquicio legal para que la Junta de Andalucía se convierta en el punto de mira mundial. No por los toros y la nueva propuesta de prohibirlos también en dicha CCAA (al final también prohibirán el flamenco en Catalunya mientras China hace acopio de todo el folklore ibérico ), sino por desterrar y proscribir -como en tiempos de los Reyes Católicos- a una comunidad de presuntos "malvividores" afrancesados. No tener una actividad remunerada conocida, beber como descosidos, cortejar a las mujeres de buen ver, comer ranas con queso de gusanos y baguette, en definitiva todo tufo contra el "savoir vivre"... puede armar de nuevo en España la de San Quintín y, quién sabe si otra invasión napoleónica ante tan retorcida idea gaditana.
Breve ensayo sobre el poder los pensamientos, realización de la palabra y el milagro de los pensamientos convertidos en una realidad física.
SOMOS LO QUE PENSAMOS anima a los lectores a descubrir su propia realidad, su propia verdad, tan real como otras, porque todas ellas empiezan en forma de pensamiento.

La confianza no es todo, pero todo sin confianza no es nada. Alguna vez he definido la confianza como el “pegamento de las relaciones humanas”. En este país, tan confiado en unas cosas, en la no- crisis, en las relaciones de escalera, en el buen rollito, en la buena mesa, el gusto por la diversión, el ocio y un largo etc, somos extremadamente desconfiados en quedar mal, el-que-dirán, no-estar-a-la-altura-de-las-expectativas, e incluso en herir determinadas sensibilidades propias de una falsa cultura y hábitos apostólicos-romanos. Ejemplos tenemos muchos, todos los días, cada día, a todas horas, en todos los estratos sociales. La confianza de ser franco deshonra al confiado. Mejor aún: la desconfianza que no riñe salvo cuando se atraganta antes de terminar la digestión.
Un botón de muestra: la reciente operación de SM el Rey que pilló en pijama a todo el país. Incluso el eufemismo empleado (nódulo pulmonar) es muestra suprema, real, de que el pegamento español ya no pega. En pleno siglo XXI y en medio de la era tecnológica, España sigue jugando al escondite dialéctico. Y todo, por no querer, por no atrevernos a llamar las cosas por su nombre. Con todas de la ley. De forma directa, sí aunque tenga un punto de descaro, un “touch” vikingo, escandinavo o centroeuropeo. España y nuestra desconfianza en el lenguaje verbal nos separa de otras potencias europeas, donde apenas se esconden las cosas, porque tarde o temprano terminan saliendo a luz y sacando los colores. No se puede herir ni debería herir ninguna sensibilidad y mucho menos poner al estado en jaque por admitir que Su Alteza Real tiene un tumor y precisa una intervención quirúrgica.
En este mismo blog, no hace muchas fechas atrás, también leí la aparente “sordera” de D. Juan Carlos. ¿Qué hay de malo ser franco y admitir las cosas como son, aunque no fuera ésta la educación que recibiera ni yo ni supongo el mismo monarca? ¿Puede la desconfianza ser mayor que la confianza depositada en la madurez intelectual de una sociedad civil como la española? Nuestra desconfianza me recuerda la de otras culturas mediterráneas e islámicas, aunque tampoco la justifica. El pegamento está perdiendo adherencia, a marchas forzadas, y la pena que es casi nadie repara en ello, salvo los “vikingos” del Eurostoxx y calificadores del “Rating” soberano.
¿Cómo queremos confiar en las instituciones, en la clase política, en los sindicatos, empresarios, jueces, periodistas, jubilados y otra fauna-y-flora de la nación, si nos somos capaces de sincerarnos ni arrojarnos las verdades a la cara? Llevamos años en Democracia y sin Dictadura (aunque a veces tengamos la sensación de reabrir la memoria histórica a conveniencia de unos cuantos), sin aquel miedo que aún perdura a la franqueza de aquellos tiempos pretéritos que actuó como estigma marcando en nuestras carnes el destino de la existencia. Sin embargo, no contemplamos “Plan-E” para reparar tantos años después la falta de pegamento en las familias, las escuelas, centros laborales, escaleras y hasta en los infinitos etcéteras, para hacer de nosotros y de nuestros herederos una sociedad apta para confiar. Bonito verbo que estamos perdiendo de conjugar.

