jueves, 21 de marzo de 2024

 Ser transparentes no sólo es un dogma es una obligación. 



#periodismo #prensa #transparencia  #instituciones públicas #transición


Falta de transparencia en los partidos, las dos Cámaras del Parlamento (Congreso y Senado), la Casa Real, Fuerzas Armadas y de Seguridad del Estado, CNI y sucedáneos, instituciones públicas, pero también en la prensa, universidades, reguladores, etc. Exigimos la máxima virtud a las empresas privadas del IBEX pero nos contentamos con la opacidad en el sector público. Pero esta  exigencia no es por capricho sino porque estamos en Democracia y exigimos- mientras no se violen derechos constitucionales- la máxima transparencia de sus funciones, actuaciones, gasto y sobre todo de gestión.


En España se habló mucho de la transición democrática. Cierto. Pero seguimos sin completarla porque estamos anclados en el oscurantismo propio del franquismo, del Opus Dei y de todos aquellas viejas logias pasadas que parecen actuar detrás de bastidores. Por qué no se cumplen los más elementales principios democráticos de hacer público toda materia pública en el legítimo derecho de la sociedad a la información y a ser informados. Las sesiones de control en las Cortes son un despropósito porque no contestan a las preguntas faltando al orden constitucional. En las ruedas de prensa se vetan o no se responden. Y las leyes se alteran al capricho del legislador difuminando la división de los poderes. 


¿Vivimos pues en una dictadura? Posiblemente no, aunque cada vez nos acercamos más por el abuso de la opacidad y la negligencia de los poderes de control,  impidiendo que sean fiscalizados como depositarios de la confianza pública.  Hay una ley de transparencia y un Portal de la Transparencia sobre el papel pero se vulneran permanentemente según viene en gana. Los reguladores tampoco son celosos en sus funciones  ni en sancionar cuando abusan de la falta de transparencia.


Y luego llegamos a los medios de comunicación, que tampoco han concluido su  propia transición. Más que el cuarto poder son aduladores de los poderes a cambio de un sistema de financiación basado en las subvenciones de los poderes públicos camuflado a través de las campañas de publicidad institucional. Las autoridades europeas deberían ser advertidas y chequear si esas subvenciones gubernamentales a medios privados españoles son conformes al derecho europeo y no violan la libre competencia en la UE.


Atrás quedaron aquellos años cuando un medio rechazaba adherirse a un determinado séquito sufragado por una entidad corporativa aduciendo que podía influir en el cáliz de las crónicas del enviado especial. Hoy en día, se invita a los reporteros para contribuir a un determinado relato mientras es frecuente que a  los críticos se les veta y censura. En las ruedas de prensa había libertad de preguntar. En la actualidad, se ausentan de rendir cuentas a la opinión pública. Y cuando lo hacen se convoca a los medios  para  soltar el “speech” político de turno sin opción a preguntar. Y nos quejábamos del plasma de Rajoy. En el mejor de los casos, hoy en día se insulta a los periodistas más incómodos y hasta se les intenta desacreditar cuando no retirar la acreditación porque no cumplen con los cánones éticos de la clase política.


En determinadas CCAA se niegan a admitir preguntas en español y si lo hacen responden en la lengua co-oficial de turno como si toda la audiencia tuviera la obligación de entenderlo. No es extraño ver luego en determinados Másters de Periodismo enfatizar en sus materias docentes el aprendizaje del  “espíritu crítico”. Se supone que esa competencia debe ser innata como el dominio de la lengua.


Antes se censuraban en las redacciones artículos críticos contra determinados anunciantes. Hoy por la misma razón el principal anunciante son los  gobiernos de todos los partidos y los estamentos del Estado que ejercen de censores bajo la amenaza de la publicidad o peor aún alentar  la autocensura interna bajo el lema:

”perro no come perro” (es decir la prensa debe respetar el corporativismo sin poder ir  contra otros medios ni contra el sistema, sin entender que éste es justo el tema).


¿De verdad la prensa es crítica cuando traga y tolera las tropelías constantes de los poderes públicos incumpliendo así  su cometido social? Eso también es corrupción ¿De verdad pueden salir de las aulas periodistas críticos si  la  cúpula editorial se jacta de publicar crónicas sectarias sin cumplir el más mínimo código deontológico? Una pista: en la prensa anglosajona es de uso obligatorio  recurrir a tres fuentes de información distintas como mínimo para escribir una crónica y a distinguir entre información y opinión.


Los medios de comunicación públicos (la prensa del Movimiento) que deberían ser ejemplares, exquisitos y rozar la excelencia en sus formas, además de ser rigurosos en sus principios de objetividad, neutralidad e imparcialidad, son los que más descarademente contribuyen a la prostitución del periodismo (y perdonen la franqueza). Sólo falta echar un vistazo a la parrilla, conductores y contenidos tan “ecuánimes” en el tratamiento de la información. 


Y hasta que los poderes públicos y por ende, los mass media  no culminen su segunda transición y la reconversión del sector para aprender  a actuar con honradez profesional unos  y a ser transparentes otros, la democracia no será nunca plena, y estará constreñida por los intereses partidistas que sofocan las libertades. Ser transparentes no sólo es un dogma  es una obligación si no queremos emular los sistemas dictatoriales que creíamos superado. @IgnacioSLeon


sábado, 9 de marzo de 2024

 Las despreciables burlas por hablar en inglés con acento



Estimados lectores. Si Vds. fueran holandeses, alemanes, italianos o no digamos franceses hablando un idioma extranjero como el español o por caso el inglés, salvo excepciones, tendrían en muy buena parte de la muestra un marcado acento nativo. En muchos de esos países nadie se ríe del acento o del nivel de pronunciación cuando hablan una lengua que no es la materna para hacerse entender y  ya no digamos para negociar un acuerdo. 


No es el caso de España, donde aunque nos cuesta hablar bien español y con uno de los índices más bajos en lenguas extranjeras, hacemos mofa de cómo algunos se expresan en público ante una cámara o un auditorio pongamos en el idioma de Shakespeare. Agradecen y bendicen  por contra que los guiris chapurreen el español con tal de hacerse entender porque en muchos casos el interlocutor español no sabría comunicarse en otra lengua distinta.


Recuerdan el “Relaxing cup of café con leche” de la antigua alcaldesa de Madrid Ana Botella?. Durante años fue objeto de burla pública  por su voluntariosa pronunciación en inglés. La hemeroteca no se cansa de recordárnoslo.  O el académico Pablo Iglesias con su macarrónico acento. Del expresidente catalán José Montilla de origen andaluz cuando hablaba en catalán y los más puretas se horrorizaban. O últimamente del acento de la esposa del presidente de gobierno español, Begoña Gómez en un video viral en redes sociales vendiendo las maravillas de su “Africa Center” a la comunidad internacional.  


Muchas de las mofas, me temo, vienen de gente a la que habría que evaluar su nivel de dominio de lenguas. Hay entre ellos quienes afirman saber  idiomas pero sin poder mantener una elemental conversación informal si no fuera  a base de agitar las manos y gesticular como un payaso de circo en el cine mudo. Y ya no digamos de aquellos otros que sólo les vale el C2 de Cambridge u Oxford para pasar el listón de la caricatura.


La realidad apuntada más arriba es que salvo excepciones, nuestras almas gemelas  de otros países vecinos tienen sus propios dejes en pronunciación, entonación y musicalidades. Hace años  un profesor de idiomas contaba que hasta que no se consigue emular la musicalidad de cada lengua extranjera es imposible hablarlo como un nativo, aunque esto no impida hacerse entender con la naturalidad del acento de cada uno.


Pero en el mundo global, no estamos para aspirar a ser nativos de una lengua extranjera. Ojalá. Sino de varias. Pero más allá de las excepciones, lo suyo es hacerse entender en otros idiomas, comunicarse y hablarlo con independencia de los acentos naturales, dejes y chascarrillos idiomáticos. A no ser  de gozar con la suerte de que te nombren embajador en un organismo internacional para aprender el idioma aunque carezcas de la  carrera diplomática y conocimiento de  lenguas, como es el caso del ex ministro Miquel Iceta en la UNESCO  o Ximo Puig, ex presidente de la Generalidad valenciana en la OCDE,  ambos destinados a París con el catalán pelao bajo del brazo. Tampoco es nada nuevo, porque la otra Generalidad catalana también se dedicaba a  nombrar “embajadores” a enchufados en la causa del procés sin saber  el idioma del país o corto de inglés.


Estos emisarios -como otros muchos españoles en casa- bien harán en  encargarse  de pronunciar como mejor sepan, incluso con acento, sin que sea motivo de desprecio salvo para los  iletrados sentados en la barrera de observador que por desgracia abundan muchos en nuestro país.  En especial de aquellos que no hablan más que  su lengua materna y se parapetan en la excusa de que el español sea  el segundo idioma más hablado del planeta tras el chino sin mérito propio pero imparten cátedra jocosa de léxico y pronunciación en otro idioma extranjero. 


O de aquellos otros procedentes de comunidades bilingües en España donde a duras penas les cuesta mantener una conversación o redactar una simple carta en español (castellano) sin cometer faltas gramaticales pero son inquisidores de la poca ortodoxa pronunciación.


Somos el país de la burla quijotesca, de la envidia capital de Diaz Plaja, pero estamos a la cola en PISA y en el apéndice doblando la esquina en lenguas extranjeras como para hacer burlas cuando un compatriota nuestro se dirige a una audiencia en lengua inglesa por ejemplo con su natural acento.


Habría que preguntarse por qué el nefasto nivel de aprendizaje de idiomas en las escuelas y en las universidades españolas  no impide que se gradúen los aspirantes a Erasmus a día de hoy con tan deficiente nivel expresivo del inglés, sin que nadie lo remedie. Esto no impide que hagan su agosto las escuelas de refuerzo en idiomas y el éxodo de españoles a los cursos de verano en el extranjero, pareciendo haber tirado el dinero de nuestros impuestos a la basura.


Algo haremos mal, aparte de las risas, cuando  en no pocos países del Tercer Mundo es fácil encontrar a gente muy modesta de la calle o aldeanos de los poblados dominar una segunda lengua extranjera distinta a la materna para conversar con los foráneos. No es el caso nuestro. En la España del primer mundo eso parece misión imposible, ni siquiera entre la élite de  este país o de los urbanitas que se guasean del relaxing cup of coffee. 


Mi moraleja a los políglotas de pacotilla de este país: como los holandeses, alemanes, italianos o franceses, lo importante es saber expresarse y comunicar con independencia del acento natural que arrastremos aunque sea impropio de un royal británico. Para eso somos “españoles muy mucho”, como diría aquel, aunque  mejor les iría a políticos, legisladores, periodistas, tertulianos, investigadores, ejecutivos y  público en general, si con o sin acento supiéramos hablar una mínima parte de los idiomas extranjeros que manejan nuestros coetáneos. 


Multar como en algunas comunidades autónomas por no rotular en catalán, negar una plaza laboral por falta de nivel o denunciar al pobre trabajador inmigrante detrás de una barra por no hablar una determinada lengua co-oficial no dice nada de la tolerancia, y sí mucho de la mezquindad lingüística por parte de los valedores inquisitoriales de la lengua y del acento en este país. 


La valentía de hablar en otra lengua ya tiene su mérito. Con o sin acento. Si lo hiciéramos extensible a la mayoría de este país, tanto el PIB y como PISA nos lo agradecerían. @ignacioSLeon 


domingo, 3 de marzo de 2024

 Cuando los excesos sobrepasan nuestros límites.


#PIBe #turismo #sequía #consumismo #movilidad #fracasoescolar #corrupción


Fuente: Euro Taller


Durante mucho tiempo se ha dicho que los excesos son perjudiciales

y se ha discutido cambiar el modelo productivo tanto para combatir la emergencia climática así como para afrontar todos los desafíos del futuro. Se derrocharon ríos de tinta y hasta se idearon fondos especiales en la UE a partir de una pandemia que azotó a la economía con el fin acelerar el cambio del cambio, pero todo sigue igual. 


Admitiendo que el capitalismo del usar y tirar es causante en buena parte del daño al planeta, los años transcurren y nunca se aborda el tema de forma consecuente. Por la gran cantidad de intereses creados. 


España acoge más de 80 millones de turistas al año que beben agua, se asean y gozan del ocio que hay que regar. ¿De verdad tenemos que extenuar nuestro patrimonio hidrológico para sustentar una actividad que representa el 12% del PIB pero que nos arrastra a la desertización y hecatombe ecológica? Las pandemias como la guerra del agua serán otro fenómeno que irán en auge conforme avance la destrucción del ecosistema, afectando a cada vez más regiones sensibles de nuestro país. 


El lema “calidad sobre cantidad” no se aplica en la industria del turismo, uno de los pilares de nuestra economía. Al contrario. Como tampoco con “la huerta de Europa”  que se sobreexplota al máximo para dar de comer a los nuestros y los de fuera hasta extenuar los pozos subterráneos, el paisaje natural, afectando a la flora, fauna y empleo.


Dicen que tenemos que reciclar para mitigar el impacto ambiental. Está muy bien, pero será imposible hacerlo con tanta sobre-producción y sin reponer la destrucción y agotamiento de los recursos naturales. Una alternativa, bajar el nivel de consumo, ¿Necesitamos verdaderamente todo lo que consumimos? Tanto empeño en descarbonizar la economía y seguimos midiendo la riqueza del país sin valorar los impactos sobre el stock ambiental  que tarde o tempranos tendremos que afrontar. Su alternativa sería el PIB ecológico o PIBe, amparada por suficiente normativa legal, ordenamiento jurídico y directivas europeas.


Se calcula que casi 90 millones de toneladas de alimentos en Europa van a parar a la basura al año, de los cuales más de un millón corresponde a España. Paradójicamente muere en el mundo ya más gente por obesidad que por hambruna. Los vertederos están saturados de tantos residuos. No nos debe extrañar por  la sobre-oferta de productos en los mercados y grandes superficies. Lo malo es que con ello saturamos la contaminación de la tierra, el aire, los mares y hasta el espacio con tanta chatarra viajando por órbita.


Por no hablar del parque de 300 millones de coches en Europa para desplazarnos, por el simple hecho de que el transporte público es ineficiente e inoperativo. Tampoco se están valorando otras alternativas en el nuevo concepto de movilidad que persiga la descarbonización del aire y una huella ecológica cero.


Otro de los excesos que no abordamos y que redunda en la negativa al cambio del modelo actual radica en la calidad de enseñanza. Tantas reformas educativas en democracia no impiden que estemos a la cola en los informes PISA. Cómo pretendemos adaptarnos al cambio, ser competitivos y costear algunas reformas ilusas como aumento de salarios, rebaja de jornada laboral, combatir el alto nivel de  absentismo, fracaso escolar, etc si la calidad de la enseñanza está por los suelos, no se pone remedio y la productividad no hace más que descender. 


Aún en muchas aulas se conserva el arcaico  modelo de la memorización como radial para el aprobado, dejando de lado nuevas técnicas de aprendizaje y materias troncales para despertar el espíritu crítico de edad temprana.


El analfabetismo cognitivo pasa factura en el mundo laboral, a la empresa en demanda de mano de obra cualificada, en el ejercicio de la política y hasta en la defensa de derechos básicos. Estamos en la era de la revolución ecodigital y aún nos aferramos a prácticas analógicas y deficitariamente sostenibles.


Un grave fenómeno nada nuevo lo arrastramos con la corrupción. Está institucionalizada tanto en la clase política como en buena parte de las instituciones públicas. No hay formación politica que no haya estado alguna vez salpicada por  un escándalo de dinero negro, abuso de poder o tráfico de influencias. Y escudarse  con “el dinero defraudado no ha servido al enriquecimiento personal” para justificar un indulto, es de una hipocresía supina. Amnistiar líneas rojas o a quienes han robado del Estado por conveniencia ideológica y tactismo oportunista crea un falso antecedente del que costará reponerse. 


Por ello, mientras los excesos de la corrupción, el fraude y la mentira no se atajen en la sociedad, se pongan todos los medios para prevenir, luchar y combatirla no avanzaremos como sociedad. Los órganos fiscalizadores tienen que cumplir su rol aunque no lo hagan suficientemente ahora y se acumulen las causas de todo tipo.


Finalmente pensar que podremos seguir masificando las grandes urbes mientras despoblamos las zonas rurales es un sinsentido. Las protestas del campo son un pequeño síntoma de lo que nos puede ocurrir porque es el campo quien alimenta a las ciudades. Por otro lado, concentrar el 75% de la población nacional en un 25% del territorio es el causante de la falta de viviendas, los elevados niveles de contaminación del aire, de la tardía emancipación de los jóvenes, de la precariedad laboral y habitacional, así como de la natalidad y  prosperidad colectiva.


Hasta aquí podremos estar casi todos de acuerdo. La cuestión es si tomaremos cartas en el asunto a corto plazo o seguiremos negando la mayor y auto-engañándonos. Esperar que sean los máximos responsables quienes actúen es tan perjudicial como pensar que individualmente no estamos en disposición de cambiar nada porque nos dejamos llevar por tanta cacofonía ambiental. @ignacioSLeon